Capítulo perdido: Una agenda en mi buzón

Una agenda en mi buzón

6 de agosto

Escríbele una carta (en papel) a alguien a quien le tengas algo importante que contar.

 

A veces me pides unas cosas muy raras, Agenda Escarlata. Mira que te he llegado a coger aprecio a pesar de todos líos en los que me he metido por tu culpa, pero hay días que no te entiendo. ¿De verdad voy a tener que ponerme a escribir una carta a mano a estas alturas de la vida? He estado tirando de memoria y creo que no lo hago desde primero de la ESO. Qué pereza, por favor. Ni siquiera sé si se la tengo que hacer llegar a su destinatario de algún modo. Dice escribir; no escribir y mandar. Aunque igual se sobreentiende. Ya veremos.

En fin, me pondré a ello. Qué remedio me queda sino obedecerte, como siempre. Como casi siempre, vale. Ya sé que he pasado de ti en alguna ocasión, no hace falta que me lo estés recordando todo el rato.

Lo primero que tengo que hacer es elegir a quién le voy a escribir la carta. Lo más lógico sería escoger entre la gente que más quiero y que sigue todavía a mi lado. Mi padre, mi hermano. Teresa, Raquel, Natalia. O a alguna de mis compis de bufete. Y luego estaría Álvaro, por supuesto. Sería muy tentador contarle lo que siento cuando estoy a su lado, por ejemplo. Pero, por algún motivo, descarto esa opción de inmediato. No sé muy bien por qué. Quizás porque me ha pedido tiempo y no sé qué significa exactamente eso. Y qué me encontraré a su regreso.

Es entonces cuando me doy cuenta de que lo he enfocado todo mal. Me lo estoy tomando como una tarea tediosa que debo quitarme de encima cuanto antes, en vez de aprovechar esta oportunidad para cumplir con los objetivos que me fijé cuando acepté comprometerme con la agenda. Hay una persona con la que de verdad necesito comunicarme. Y, por desgracia, llevo mucho tiempo sin poder hacerlo.

Se trata de mi madre.

A partir de ahí, todo surge con naturalidad. Me hago con un folio y un boli y me pongo a escribir sin parar. Las palabras salen de mi corazón y apenas se detienen en mi cabeza antes de pasar al papel. Me doy cuenta de que esto es algo que necesitaba hacer antes de que la agenda me obligara a ello. Una vez más, me maravillo con sus alucinantes poderes.

Querida mamá:

Te echo muchísimo de menos. Todos lo hacemos. Papá, Iván, Patricia. Y si tus nietos Iker y Pablo hubieran podido conocerte, también lo harían. Estamos bien, por cierto. Bueno, más o menos. Pero tú no te preocupes, que seguro que pronto las cosas mejorarán.

Antes de nada, quería pedirte perdón. Sobre todo por aquel día en el parque cuando te dije aquello tan feo. Sabes que no lo decía en serio. Solo tenía miedo y reaccioné mal. Perdóname, por favor. Por eso y por todas la veces que no fui la hija que tú te merecías. Y por no haberte dicho más veces que te quería. Te quiero, te quiero, te quiero. Eres tan importante para mí que, aunque ahora ya no estés aquí, lo sigues siendo. Daría cualquier cosa por hacerte volver. Cualquiera.

Después quería darte las gracias. Por ser la mejor madre del mundo. Por soportar mis rabietas infantiles. Por hacer unos regalos increíbles y montar unas fiestas de cumpleaños tan divertidas. Por ser la medicina perfecta cuando me ponía enferma. Por enseñarme a ser buena persona y por obligarme a serlo. Por cuidar de todos como lo hiciste y anteponernos siempre incluso a ti misma. Por luchar hasta el final. Por tu amor incondicional. Podría seguir hasta quedarme sin tinta, porque la lista es infinita. Pero no quiero manchar la hoja con mis lágrimas.

También quería ponerte al día, por si allí donde estés las noticias te llegan con retraso. Yo todavía estoy intentando recuperarme de lo de Daniel. Voy poco a poco, pero espero poder pasar página de una vez por todas un día de estos. Estoy contando con ayuda, pero me da vergüenza explicarte en qué consiste. Porque podrías pensar que a tu hija se le ha ido la olla. Así que mejor lo dejo para otra ocasión.

Pienso muchas veces en que todo lo de mi ex habría sido muy diferente si tú hubieras estado a mi lado. Se te daba muy bien calar a la gente. Estoy segura de que me habrías advertido sobre Daniel antes de que me hubiese traicionado como lo hizo. Te dabas cuenta de cosas que a los demás nos pasaban desapercibidas. Era algo casi mágico. ¿Te acuerdas de que un día cuando era pequeña me dijiste que te daba mala espina mi amiga de clase de dibujo? Pues tenías toda la razón. Parecía tan buena niña y tan simpática. Nadie se podía imaginar lo que le estaba haciendo a todos esos gatos callejeros de su barrio. Pero a ti no pudo engañarte. Y Daniel tampoco lo habría hecho.

Por lo demás, las cosas en el trabajo me están yendo muy bien. Estoy aprendiendo un montón y me siento valorada por primera vez en mucho tiempo. Sé que te decepcioné al no terminar la carrera, pero espero que a pesar de eso estés orgullosa de mí. Me esforzaré para que así sea, te lo prometo.

Tere te manda recuerdos. Se ha portado increíble conmigo. Es un cielo. Ha estado ahí cuando más la necesitaba. Sobre todo en los malos momentos, que es cuando los amigos demuestran que lo son de verdad.

Y luego está Álvaro.

Pero es pronto para hablar de él.

Ah, se me olvidaba. Hace unos meses intenté hacer tu receta de los chipirones. Creo que no me salieron mal del todo. No se podían comparar con los tuyos, por supuesto. Esos son insuperables. También tengo previsto atreverme otro día con tu quiche de espinacas y queso feta. Pero poco a poco.

Y eso es todo por ahora.

Te seguiré escribiendo, ¿vale? Y si encuentras el modo de contestarme, me harías la persona más feliz del mundo.

Te quiero muchísimo, mamá.

Un millón de besos.

PD: Sé que no te he hablado de Pati. Y que estarás enfadada porque no nos hablamos. También estoy en ello. Aunque no te puedo prometer nada porque me lo está poniendo muy difícil.

Con un nudo en la garganta del tamaño de un melón, meto la carta en un sobre y lo cierro. Luego dedico un rato a pensar en cómo se la puedo hacer llegar, aunque sea de un modo simbólico. Y doy con ello enseguida. En casa de papá hay una estantería donde están los libros favoritos de mamá. Iré metiendo las cartas bien dobladas dentro de ellos. Y empezaré por los de su colección de la editorial Harlequin. Los de la serie Jazmín, que era su preferida.

Tengo tantas ganas de hacerlo que al día siguiente quedo con mi padre para pasarme despúes del trabajo por su casa a cenar con él. Mientras él prepara unos espárragos trigueros con virutas de jamón y un guiso de merluza con salsa de zanahoria que le sale de rechupete, yo aprovecho para husmear en el mueble que le sirve de librería. Localizo enseguida la parte donde están ubicados los libros de mamá que ando buscando. Pierdo un poco el tiempo repasándolos, hasta que, finalmente, no sé muy bien por qué, escojo uno que se llama Aprender a amar, de Cara Colter. Al hacerlo descubro que dentro hay algo que parece un marcapáginas. Lo extraigo sin pensármelo dos veces para analizarlo. Se trata de una vieja entrada para el teatro romano de Mérida, que mi madre plastificó para que se conservase mejor. El único otro dato que contiene es una fecha: 25 de julio de 1989.

Cuando estoy a punto de devolver el papel a su lugar para luego sacar de mi bolsillo la carta que he escrito y meterla en el libro, escucho la voz de mi padre muy cerca de mí, a mis espaldas.

—¿Qué es eso? —pregunta, dándome un pequeño susto.

Al girarme veo que está señalando la entrada que aún tengo en mi mano. En lugar de explicárselo, se la extiendo para que la coja. Veo que su rostro se ilumina al instante al reconocer el objeto.

—Sabía que tu madre la había guardado en algún sitio, pero ya me había olvidado de ella.

—Estaba aquí dentro.

En vez de mirar hacia el libro que sostengo, sus ojos permanecen posados en el curioso marcapáginas, que acaricia con delicadeza entre sus dedos. En su semblante se dibuja una sonrisa cargada de nostalgia. Es evidente que tiene un significado especial para él, que yo quiero conocer de inmediato. Así que le pido que me cuente su historia. Mi padre me mira fijamente y se toma su tiempo en contestarme, como si se lo estuviera pensando. Pero al final me complace.

—Es de cuando fuimos juntos a ver una obra en el festival de Mérida, siendo todavía novios —me dice—. Esa misma noche, despúes de la función, le pedí a tu madre que se casase conmigo.

Frunzo el ceño porque hay algo en esa información que no me encaja.

—¿Pero no fue subiendo a Peñalara cuando se lo pediste?

—Eso fue cuando me dijo que sí —me contesta—. Pero ya se lo había pedido antes, aquel día en Mérida. Y me dijo que no.

—¿Quééé?

Es la primera noticia que tengo de que tal cosa hubiera sucedido.

—¿Esto lo sabían Iván o Patricia? —le pregunto, entre conmocionada e indignada.

—No. Creo que no. Al menos no gracias a mí.

—Qué fuerte, papá.

—Tampoco es para tanto

—¿En serio? Con todas las historias aburridas que he tenido que tragarme estando con vosotros, y resulta que os habíais guardado la mejor.

—Tu madre y yo teníamos nuestros secretos, como todos los matrimonios.

A continuación le exijo que me detalle con pelos y señales lo que pasó.

—No hay mucho que contar. Le pedí que se casase conmigo y me dijo que no. Ya está.

—¿Pero por qué te dijo que no?

—Creo que sus palabras exactas fueron algo así como «no sé todavía si eres el hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida».

—¡Ostras, papá! —exclamo alucinada— ¿Y cómo te lo tomaste tú?

—No demasiado mal, porque en realidad sabía que no tenía tantas dudas acerca de mí y que lo que estaba haciendo era castigarme por algo que había pasado unos días antes.

—¿Y qué hiciste para cabrearla tanto?

—Eso no sé si debería contártelo…

Le digo que ni se le ocurra dejarme con la intriga. Que ahora que ha empezado, me lo tiene que contar todo. Como me conoce muy bien y sabe lo pesada que me puedo poner con el tema, se rinde rápidamente.

—La semana anterior habíamos quedado para comer con mis padres. Tu madre y la mía no se llevaban muy bien por entonces. Tuvieron una discusión por algo de lo que ya ni me acuerdo, si te soy sincero. En esa ocasión me puse del lado de tu abuela en vez del de ella. Y eso la enfureció una barbaridad —me explica—. Pensé que con lo del viaje a Mérida y el festival se le pasaría, pero estaba equivocado.

Mamá no solía enfadarse con frecuencia, pero cuando lo hacía era tremenda. Así que no me extraña nada su reacción.

—Pasó casi un año hasta que me atreví a volver a pedírselo —continúa mi padre—. Por suerte, a la segunda fue la vencida.

—¿Y cuándo tenías pensado contárnoslo?

—No lo sé.

—O sea, que igual nunca lo habrías hecho si no llego a encontrar la entrada.

—Quizás.

—Eres la leche, papá —digo con un tono que mezcla el asombro con el reproche.

Se encoge de hombros y luego me dice que tiene que volver a la cocina para terminar de preparar la cena, como si nada hubiese pasado. Yo le dejo que se marche y meneo la cabeza de lado a lado mientras le veo alejarse de mí. Me pregunto cuántas cosas desconoceré todavía sobre la relación que mantuvieron mis padres durante todos los años que estuvieron juntos. Y si alguna vez las llegaré a descubrir todas.

Al mirar el libro que todavía sujeto en mi mano derecha me planteo la posibilidad de revisar la colección entera de mi madre, en busca de más pistas que me lleven a revelar secretos de su pasado. Pero, en lugar de eso, me limito a llevar a cabo la misión que me ha traído hasta aquí e introduzco mi carta en el ejemplar de Aprender a amar, deseando con todo mi corazón que mis palabras lleguen algún día hasta ella.

¡Espero tu respuesta, mamá!

 

Consigue el ebook pinchando aquí